En la boca de Lobo
J.R Frau Castro.
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Viernes, 21 de febrero de 1.997.
Escorca, zona septentrional de la Tramuntana.
Municipio con mayor altitud de la isla de Mallorca.
Temperatura actual: -12º
Habitantes: 139
... El impacto fue brutal, hasta tal punto que Biel pensó que la furgoneta se había partido por la mitad. Instintivamente pisó el pedal del freno hasta el fondo, bloqueando las ruedas y provocando que el vehículo se deslizara sobre el terreno. Toby se bajó del asiento y se acurrucó en el piso del vehículo. Veinte metros más tarde la furgoneta se detuvo por completo.
—¿Qué cojones ha sido eso? —se preguntó Biel, mientras sujetaba el volante con tanta fuerza que parecía que fuera a arrancarlo.
Toby volvió a subirse al asiento del acompañante y comenzó a dar vueltas sin dejar de ladrar.
—¡Sííí, ya lo sé, coño! —exclamó Biel—. Ahora mismo bajo a comprobar lo que ha pasado, pero antes deja que me caliente un poco. Ahí fuera hace un frío de cojones.
Biel abrió la guantera y sacó una botella de Whiskey que había comprado antes de salir de Palma. Después de empinar la botella, y ver que no caía ni una gota, se dio cuenta de que estaba vacía.
—¡Vaya mierda! —gritó, mientras la tiraba con furia sobre el piso de la cabina —. Cada vez hacen las botellas más pequeñas.
Seguidamente abrió la puerta y salió al exterior.
El frío era intenso y la carretera estaba resbaladiza. Biel tuvo que andar apoyándose en la furgoneta para no caer al suelo. La luna llena, que asomaba de vez en cuando entre un banco de nubes grises, actuaba como una débil linterna, permitiendo ver a duras penas la calzada a través de la densa cortina de nieve, que caía cada vez con más fuerza. Agudizando la vista, pudo distinguir, a escasos metros, un bulto deforme situado frente a su vehículo. Andando con precaución, y manteniendo el equilibrio como pudo, se acercó hasta él.
Lo primero que Biel pensó era que había atropellado a una de esas dichosas cabras salvajes que pasturaban por la ladera de la montaña. Rara vez se aventuraban sobre la carretera, pero lo más probable era que la ventisca pudiera haberlas desorientado. Cuando se plantó frente a ella, pudo comprobar que aquello no era una cabra… y si lo era, era la cabra más rara que había visto en su vida.
Para empezar, no tenía pezuñas ni cuernos, aunque su piel era gruesa y peluda. No era de gran tamaño y su apariencia estaba a medio camino entre un perro y una persona. A Biel le dio la sensación de que pudiera tratarse de una cría. Las patas traseras estaban bastante musculadas, como las de un can de raza grande. Las delanteras, que eran de menor tamaño, acababan en alargadas manos provistas de enormes garras. Tenía el rostro deformado, seguramente debido al impacto con la furgoneta, y la boca abierta, mostrando una alargada hilera de dientes tremendamente afilados.
—¡No! Definitivamente esto no es una cabra.
Toby, que se había situado a su lado, ladró repetidamente.
—¿Qué putas sabrás tú? —contestó Biel, como si hubiera comprendido lo que su compañero le había querido decir—. Este bicho es muy raro. Seguro que podemos sacar algo por él. ¡Aquí hay negocio, Toby!. Te lo digo yo.
Después de caerse sobre la nieve más de una docena de veces, Biel cogió un saco y metió aquel animal, o lo que fuera, en la parte trasera de la furgoneta. Luego se dirigió hasta la puerta izquierda de la cabina de conducción.
—Vamos a ver si arranca este jodido trasto —dijo abriendo la puerta y esperando a que su compañero subiera el primero.
Pero Toby se había quedado quieto sobre la nieve, pétreo como una estatua, mirando fijamente hacia el túnel que acababan de atravesar.
—¿Qué pasa Toby? —preguntó Biel, sorprendido por la extraña conducta de su amigo.
La contestación llegó en forma de gemido. Biel observó que Toby estaba temblando, aunque no estaba seguro de si era por el frío que les rodeaba o por algo que estuviera viendo en la oscuridad de aquella enorme boca esculpida en la montaña.
—¿Toby? —volvió a repetir, aunque esta vez su voz mostraba la ansiedad y el estremecimiento de alguien que se enfrenta a lo desconocido.
El aterrador aullido, se prolongó en la noche como un eco infinito. Lo que lo había provocado, se encontraba en el interior de aquel túnel y se acercaba hacia ellos.
—¡Joder, Toby! ¡Sube a la puta furgoneta! ¡YA!.
No se lo tuvo que repetir una segunda vez. Biel subió tras él y, después de cerrar la puerta, introdujo las llaves en el clausor, arrancando la furgoneta a la primera.
—¡Ja! Sabía que no me iba a fallar —gritó mientras intentaba engranar las marchas.
Las ruedas patinaron sobre la superficie cubierta de nieve, y la furgoneta comenzó a deslizarse lentamente sobre ella. Biel miró por el retrovisor exterior y pudo distinguir una enorme silueta que se perfilaba entre las sombras, justo antes de la salida del túnel.
—¡Vamos, bonita! Sácanos de aquí—reclamó Biel, mientras Toby no dejaba de ladrar.
Como si aquel trasto hubiera escuchado la desesperada voz de su amo, fijó las ruedas sobre la carretera y avanzó con firmeza sobre el asfalto nevado. Un sonido metálico y chirriante heló la sangre de Biel. La furgoneta se tambaleó hacia ambos lados, aunque finalmente se estabilizó y siguió su camino. Cuando Biel volvió a mirar por el retrovisor, le pareció ver una enorme y grotesca sombra que se apresuraba monte arriba, deslizándose entre los árboles.