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El tiempo está cerca

 

 

J.R Frau Castro.

 

Copyright © 2020 J.R Frau Castro

Todos los derechos reservados.

 

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Dicen que cuando piensas en alguien que ya se ha ido te sueles acordar únicamente de los buenos momentos que pasaste junto a esa persona; que uno tiende a eliminar los malos recuerdos, como si fueran los pasajes de un antiguo libro que has ido relegando al olvido.

¡Y una mierda!

La gente no debería generalizar con sus experiencias personales. La verdad es que, en mi caso, retengo cada momento feliz que pasé junto a ella. Miles de momentos buenos por tan solo uno malo. Pero aún así, preferiría haberlo olvidado todo. Ojalá pudiera resetear mi cerebro como si fuera un disco duro, porque incluso los buenos recuerdos me causan dolor.

Recuerdo su radiante y dulce cara en ese momento único, cuando la comadrona me la entregó y la tuve por primera vez entre mis brazos. Entonces dejó de llorar y se quedó mirándome, como si al fin se sintiera protegida. Recuerdo haber pronunciado palabras que en aquel instante me parecieron firmes y seguras: «Te voy a querer mucho y no voy a dejar que te pase nada malo». También recuerdo cada momento posterior: los complicados y desastrosos desayunos, las inolvidables visitas al parque, el mágico momento antes de ir a dormir en el que yo quería cantarle una canción y ella, muy pícara, me decía: «Papá, prefiero que me cuentes un cuento». Recuerdo su risa —sobre todo su risa— que todavía resuena dentro de mi cabeza como un eco infinito.

La recuerdo completamente. Pero también recuerdo el último instante de su vida, que se repite una y otra vez como un bucle perpetuo en mis pensamientos. Y deseo con todas mis fuerzas arrancarlo de mi mente, pero mis dedos no alcanzan a desgarrar la parte de mi cerebro que alberga esa pesadilla.

Me parece una broma del destino que su primera palabra fuese la misma que la última; que su primer «papá» desprendiera tanta ternura… que su último «papá» fuera un grito aterrador que me arrancara el corazón.

El listo del psicólogo dice que todavía no lo he superado, que hasta que no entierre toda esa rabia que me corroe por dentro seguiré sumido en una espiral de… ¿Cómo lo llamó? ¡Ah, sí!, “autodestrucción”. ¿Qué quieres que te diga? Creo que lo único que ahora mismo calmaría toda esa rabia sería reventarle la cabeza contra la pared. Bueno, también esta botella de whisky ayuda bastante… y las pastillas, las pastillas también ayudan. Desde un primer momento me dijo que él solo no podría ayudarme, que tenía que visitar también a un psiquiatra.

—Necesito que tomes medicación. Te encuentras en un estado de depresión del que es muy difícil salir y, tal como estás, las sesiones de terapia por si solas no servirían de mucho. Hablaré con tus superiores para que te deriven a un psiquiatra. Todo lleva su proceso. Por mi parte, vamos a seguir viéndonos una vez por semana. Hablar de ello te vendrá bien. Ya verás como a medida que pase el tiempo te irás encontrando mejor. No se trata de que lo olvides, sino de que consigamos que ese fatídico momento no te afecte en tu vida diaria. Tranquilo, de esto se sale.

Han pasado dos años desde entonces y todavía sigo igual. En mi trabajo me han relegado a tareas menores: «cualquier cosa que te aparte de las calles y del contacto con la ciudadanía a la que hemos jurado proteger», me dijo el comisario. Creo que el puñetazo que le pegué a aquel periodista tuvo algo que ver con ello. ¡Uf!, la verdad es que la lié parda. Si hubiera sido consciente de la repercusión que iba a tener aquello, seguro que hubiera actuado de otro modo, pero, en ese preciso momento, romperle la nariz a aquel subnormal me pareció lo más sensato. El caso es que todo el departamento se vio salpicado por la polémica sin tener culpa de ello. A veces, lo que uno hace o deja de hacer puede cambiar la vida de los demás. En mi caso, hasta que el psicólogo no entregue un informe favorable para reincorporarme a mi puesto como inspector, seguiré haciendo fotocopias y archivando informes. Creo que me queda para rato ¡Puta vida!

Paula me llama de vez en cuando. Si yo fuera ella, haría tiempo que hubiera dejado de hacerlo. Un tío como yo no se merece tanta atención. Creo que separar nuestras vidas fue lo mejor, aunque ella no estuviera de acuerdo. Sé cierto que fue una de las peores decisiones de mi vida, y quizá el mayor error, pero tenía que intentar romper con todo lo que me causaba dolor, con todo lo que me pudiera recordar a Sara. En un principio pensé que la culpa era de la casa; todavía podía escuchar su dulce risa cada vez que pasaba por delante de su cuarto, oler el cándido perfume de su piel en cada rincón, sentir su presencia en el aire. Todo aquello me causaba dolor, pero lo peor era seguir viendo cada día su dulce cara en el rostro de Paula. Uno piensa que la única manera de acabar con el dolor es alejándote de todo lo que te lo provoca; si el fuego te quema, te mantienes a distancia. Luego me di cuenta que la llama ardía en mi interior.

Sara era tan hija suya como mía, pero ella ha podido superar su pérdida mucho mejor que yo. Quizá el no tener encima ese sentimiento de culpa, que pesa sobre mí como una losa, le haya ayudado bastante, porque si algo tengo claro es que Sara ya no está aquí por mi culpa. La verdad es que no sé si Paula me habrá perdonado, pero no importa, yo todavía no lo he hecho.

Necesito más pastillas. La cantidad que indica la receta del psiquiatra no es suficiente y no creo que me vaya a aumentar la dosis, así que tendré que volver a llamar al Pasti. ¿Quién lo diría? Hubo una época en la que me dedicaba a detener a esos cabrones por vender droga en las calles y ahora ese hijo de puta se ha convertido en mi camello personal. ¡Claro que me avergüenzo de ello! no lo voy a negar. Pero por ahora es la única manera que tengo de olvidar, aunque solo sea por momentos.

El sol no ha salido y todavía quedan tres horas para comenzar mi turno. De todas formas no puedo conciliar el sueño, así que… mejor me levanto y me pego una buena ducha antes de salir. Huelo a rata podrida. Si me presento así en comisaría me van a detener por vagabundo. ¿Dónde… dónde he puesto el puto tabaco? ¡Joder! Lo que digo….

—¡Vaya puta mierda de vida!

 

 

 

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